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Impronta en las dunas

Se puede gritar todos los atardeceres rojos.

    El hilo descansa más allá del ojo, se descarrila por el lado ubicuo de los que cantan y no lo saben, porque el lodo brilla y los pasos resbalan sobre los deseos y atrapan la voracidad que esconde la falta de apetito. Los espacios abiertos se han puesto el traje del misterio y se puede gritar todos los atardeceres rojos y arrojar al río el cuerpo que nos pertenece sin preocuparnos de las coartadas. Es posible desalojar la culpa sin tortuosos trámites judiciales y dormir transparente sobre las tumbas, como corresponde al espectro del equivocado. No te preocupes porque las estrellas husmeen, son divagaciones de otras épocas en el archivo cósmico, recursos del que no existe para ser advertido. Se necesita el hilo para urdir una conspiración de paranoicos. Siempre nos queda el grito.

2 comentarios

Maria Elena Lee -

Ese grito en los atardeceres rojos para mi tiene un eco interminable, es tan fuerte y a la vez tan libre. El hecho de poder despreocuparnos de las coartadas.
Este poema me gusta por que ese grito lo siento y creo que todos lo hemos sentido o hemos querido emitirlo. Y me encantó la parte donde dices que las estrellas siempre husmean, es cierto en las noches siempre al aire libre siempre me siento vigilada. Gracias por poder escribir con tanta fuerza y emoción

Abel German -

Este texto-poema me sugiere una curiosa rebelión. La rebelión visceral del solitario. De las dunas. O del hombre en las dunas. Es decir, en el desierto. Por eso me produce un efecto tonificante. Pese a todo (pese a que estamos solos), hay un modo de reafirmarnos. Una especie de conexión, que es ese grito escalofriante en el atardecer, sobre la arena.