Después, lo mismo.
A veces abrimos la puerta de aquella habitación, noches en que la memoria es reveladora e invitamos a los otros inquilinos para que nos ayuden a encontrar una certeza. Formamos un tropel de insomnio al tiempo que nos decimos cosas incómodas para que se pose la realidad. Profanamos la quietud como si al hacerlo, hiciéramos aflorar el huevo de una esencia, el embrión de un pájaro inviolable en un cielo absurdo pero necesario. Deseamos apropiarnos de sus alas tiernas, del pico turbio, del oscuro objetivo de su instinto de orientación. Después, ella y yo, rencorosos, nos abrazamos por costumbre, asomados al abismo del reloj.
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Abel German -