Imagen y semejanza.
La hondura gestual de la calle.
El pestañeo asombrado de sus lámparas, la intención
lasciva de sus rincones
y las bocas imprevisibles de las ciudadelas
que guardan blasfemias
en su avara oscuridad de porte rancio.
Desde las azoteas,
ojos con sed,
mironean la dádiva del desnudo
en un innúmero festín de ventanas.
El calor.
Una tos seca. Profunda. Tos insomne,
como alternativa a la asfixia.
El llanto monótono de un niño, llanto
que se acopla a la tos, como dos necesidades antípodas,
síntesis de un desamparo casi universal.
Desamparados, los amantes que sucumben a la rutina
e incuban sin saberlo, el áspero huevo del odio.
Desamparado, el ángel que se asoma al vasto cinturón
de la miseria y el impacto le arrebata la levedad
y le hace arrastrar las alas
con un gesto tambaleante y sucio.
Le gritan al ángel, le apedrean,
apenas logra escapar
y ocultarse en el lugar más oscuro,
como un gato moribundo.
Desamparados, los que han tirado las piedras al ángel,
sin saber que era un ángel y luego le ruegan a Dios
que les envíe un ángel.
Desamparado Dios ante su creación,
la imagen multiplicada de su desamparo.
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Abel German -