Ebriedad filosófica.
Estaba tan ebrio que avizoraba la sabiduría absoluta. Disfrutaba del éxtasis, la divina felicidad de los iniciados. La razón al carajo, las esencias aletargadas, ubicuas, alimentadas por una emisora foránea que emitía una canción exclusivamente para él. El infinito y la eternidad en un aquí y ahora en tránsito. El universo en un dislate, la verdad reducida a píldoras para escozor de los sabios que esgrimen teorías, sin las satisfacciones del filósofo beodo que la desflora en el lecho mutante de la perplejidad.
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Abel German -