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Impronta en las dunas

Tercera jornada.

    Hoy he visto una duna con puertas, una extraña invitación al cobijo en la árida travesía. Me golpeé el rostro. Desaparecieron las puertas y hasta las dunas. Pude apreciar algo que ya sabía, que deambulo por una falacia, que tras cada paso desaparece el camino que recién he creado, que tal vez no estoy en ninguna parte y pretendo escuchar voces, identificar rostros, saborear roces de calidez humana en esta vasta extensión de ondulaciones móviles. Oigo el reclamo lejano de un teléfono, a la antigua, los que timbran en las películas de Hitchcock. Sé que es imposible, como también lo son los pájaros o el adecuado crujir de una escalera. Timbra desolado y quisiera responder, pero es absurdo. Sí lo encontrara, lo más probable es que en ese instante cuelguen o me digan, perdón, me he equivocado. Este no es un lugar para teléfonos y hoy casi todos los son. Este es sólo un lugar para las búsquedas y los encuentros inesperados. Hoy, al abrir la puerta de mi casa, salí de una duna. En mi móvil, varias llamadas perdidas.

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