El despertar de Ra.
Los mercados con una luz oblicua acechan los apetitos. Un perro arde en el ascua de los olores. Desciende, árbitro inoportuno, un arcángel de oficio que bosteza. El amanecer se desbanda por las callejuelas de las ciudades invisibles, donde los ojos, canicas huérfanas, ruedan su deformación por las búsquedas. El ojo mayor o el menos miope, discierne entre las sombras las provocaciones del alba. Alguien llora la abstracción del llanto, una alegría degradada a cierta licencia erótica. Los pupitres esperan su oportunidad silente con su fría película de polvo. Todo comienza.
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Abel German -