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Impronta en las dunas

Existir.

Existir es soñar cosas verdaderas

Las cosas verdaderas son sueños compartidos

Cosechar certezas en el huerto de la impostura

y consumir los frutos con fantasmas

Un día dormirse y no soñar.

Después, lo mismo.

    A veces abrimos la puerta de aquella habitación, noches en que la memoria es reveladora e invitamos a los otros inquilinos para que nos ayuden a encontrar una certeza. Formamos un tropel de insomnio al tiempo que nos decimos cosas incómodas para que se pose la realidad. Profanamos la quietud como si al hacerlo, hiciéramos aflorar el huevo de una esencia, el embrión de un pájaro inviolable en un cielo absurdo pero necesario. Deseamos apropiarnos de sus alas tiernas, del pico turbio, del oscuro objetivo de su instinto de orientación. Después, ella y yo, rencorosos, nos abrazamos por costumbre, asomados al abismo del reloj.

Noche para cocuyos.

Hacía una noche tan grande

que en ella cabían todas las estrellas

y los ensueños más audaces

Una noche para cocuyos de la infancia

con temores y refugios

Blanda como una espina

Pensaba en  lo que  no he sido

para olvidar lo que fui

Sentí el orgullo del fracaso

Hurgué mi vacío como un Dios

que se decide a crear

 

Ya casi amanecía...

Los espejismos en ruinas.

    Alimento plumas a la sombra del vértigo, mientras deduzco horizontes en las urgencias de los abismos. Hojeo la niebla que se excusa bajo la caricia del viento, la azul dejadez del cielo contaminando al agua. Imagino soledad sin mucho silencio, también el ángulo salvaje del paisaje que agoniza. Oigo aviones que pasan, oigo coches rezongando en la arena. No hay oquedades para las ausencias, un hervor de obras coloniza los últimos gestos de privacidad. Gaviotas urbanitas pescan en el basurero, en las dunas los espejismos están en ruinas.

Mañana de Enero.

    Hay un espacio precavido en mis andanzas que me espanta en el momento de acogerme. Troca el destello en parpadeo, anochezco de un modo lúgubre en la luminosidad de la mañana. Ella teclea desmesura en su íntimo chatear con la tristeza. Enero aún no se anima y en el aire ruge cierto animal mecánico, como quien anuncia tormentas de polvo. Seguramente no nos merecemos tanta tristeza, nadie la merece.

Los nudistas.

    Nubes manchadas de ilusiones en la avenida azul del mediodía. El mar sobornando a las dunas. Un punto alado en las alturas y los alisios animando las  palmeras. Nosotros, desnudos en la arena, caldeados por un sol intermitente sospechosamente bondadoso. Hay una brevedad que nos adormece y el peligro se repliega en una sensación gratificante. Puede que existir sea sólo esto y lo demás desagradables ensoñaciones y también que esto sea el Paraíso y yo y tú la primera pareja y la supuesta memoria sólo una advertencia. Quizás Dios no es el tramposo que hemos imaginado.

¿Qué hacen los peces volando?

    ¿Qué hacen los peces volando sobre el lecho seco del río?

     Las cuencas vacías del miura en la vasta plaza, ecos de heridas y rabias, los gritos, los gritos,... la última algarabía por la Muerte-espectáculo. El mundo se vino abajo, como un resumen de años, muchos, en los que el suicidio hizo metástasis. Los peces volaron y el sol no encontraba hojas para encarnarse y nosotros ya no estábamos. Sin embargo hubo una alborada. Como no había memoria, ni nadie para juzgar, la imagen de los peces voladores era magia postergada, también las cuencas vacías del miura, las ruinas de las ciudades, todo disolviéndose en el olvido de un renacer insensible. Quizá no había peces volando. Ni nada.

Mare Nostrum y el poeta.

Mare Nostrum y el poeta.

Tierna singularidad.

    dije y concurrieron enjambres de adjetivos

    eran tantos, tan brillantes

    que empezaste a diluirte en ellos

    Me asusté

                     temí perderte

    - ¡Tú, eres tú!- grité

    Retomaste la luz en la que te reconozco

    Una tierna singularidad

    con tenues trazos de amargura.

Teje tristernura.

Teje tristernura

lasitud de eternidad

piel de silencios

más allá de la caricia que sugiere

una lunita que se descuelga

por el horizonte de los deseos aplazados

Teje y desteje tristernura

                                        esperando...

 

Vestido de pánico rojo desgarrado.

Y llegó el hombre

vestido de pánico rojo desgarrado

Trémulo

Bramaba la guerra garra depredando

con su zarpa de relámpago y rabia

Se desangró en ripios  en el desamparo

su rostro ruinoso se acurrucó

en la tragedia del crepúsculo

El sol renqueó hacia lo oscuro

apagándose

En breve la bruma

abrazó el cadáver

y como alivio o no

la lluvia.

El olvido desnudo.

Era muy frágil

cristal de piel

herida

deshojada...

Era fragmentos

puzzle

barrida viento y ocaso

pura nostalgia...

El olvido se quita su nombre

dejándome una búsqueda

en el laberinto sin Ariadna.

El olvido desnudo me seduce

como una muchacha.      

Expiro de pura necesidad de ser.

    El horizonte se desploma en el deseo de abarcar las ausencias. Es contradictorio, pero resulta un acto feliz. Me asomo así a las posibilidades de mis limitaciones, que consisten sobre todo en quedar satisfecho ccon casi nada. Expiro de pura necesidad de ser, me incinera la mala memoria de los seres queridos que se aferran al espectáculo de nuevas perspectivas y me dejan yaciente en ese panteón reservado a los suicidas vergonzantes. Sin cruces ni epitafios y pájaros cantando en la madrugada. Yacer andando.

El zumbido.

    El zumbido del azúcar vagabundea por el sendero de los perfumes. Está hecho de retazos, palpitaciones, aleteo que revela el enigma de la ausencia de pájaros. Tu mirada posada en el hilo del verano alardea agudeza e intuición, también ternura al rozar el ocaso. La quietud se alarma con grillos por la tibia provocación del terral en las hojas. Se amansa el olvido y lloras.

Mi carta a Milena.

Milena:

       Por ti me hubiese desnudado

       ante los fantasmas bebedores

       aferrado a los encuentros postergados

       y el recuerdo sin rostro

       de tu vestido alejándose...

       Pero tu ya habías caído

       antes de que yo pudiera escribir:

       "afectuosos saludos"

       tus cenizas matizaban de rebeldía

       un lago cercano a Rawensbruck.

       Sólo me quedan tus ojos

       espectrales

       danzando

       esfumándose...

Refúgiate en el parpadeo.

Ven conmigo

          refúgiate en el parpadeo

para que no veas el horror de ese instante

y aferrarnos a esa evasión

absolutamente cómplices

irresponsables.

La horrenda música de lo bélico.

Un crujir de sueños

botas insomnes

sudores y cansancio

yace opaca la lucidez

pólvora

aullidos

el olor del acecho.

Un crujir de auroras

asfixia lo posible.

Las nubes rancias

un pájaro en turbidez gorjeando

vulnerable.

Un crujir de todo

                monótono

                                largo.

La horrenda música de lo bélico

con sus estandartes desflecados.

 

La mirada del desarraigo.

    Mirada llena de soledades en los ángulos de desconocidos parques, remansos de ciudades extrañas a la que incomodas con tu acento y el modo peregrino de afrontar las costumbres. Eres un rumiante de residuos en las praderas de la memoria, expulsado del instante por la indiferencia o el desprecio y el inconfesable temor al olvido. Llegas vomitado por el mar o el cielo con un olor exótico de ambigua sospecha, como una pasiva violencia para los nativos hechos a su aparente inmutabilidad de territorio al margen, recién incorporado a los itinerarios del mundo. Imploras un documento que te haga hombre, una dádiva legal del Reino. Pero tu mirada no cambiará de ningún modo.

La Eternidad no se discute.

    Los dientes cuando los abro, mastican tus esquivas

    y descubro la blandura.

    Lo blando es astucia.

    Hay distancias encubiertas,

    silencios con ruidos,

    maquillajes que prometen una sombra que alumbra.

    Después estamos como siempre, cogidos de la mano,

    pidiendo un guión que nos cuente en una película Happy End.

    La realidad será siempre otra cosa,

    pero la Eternidad no se discute.

Trascendencia simple.

    No habrá ternura al otro lado, no habrá piel que sucumba a la provocación de una caricia y haga del contacto revelación que ilumine los templos. Será como si la luz culebreara entre incensarios buscando una sinrazón con lógica en el temblor de una boca. El beso aletea, hereje, en un pasillo de excomunión, en la lenta marcha de los rechazados. Un relamido dios coquetea desde el altar con los sufridos, que plegaria en ristre, de rodillas, son legionarios de la agonía. Tu religión más simple,la salvación más clara, la trascendencia posible, la tienes al lado.